miércoles, 11 de noviembre de 2015

El Aceite de Palma - Sobre palabras envenenadas y más allá del veneno

En esta ocasión os dejamos con un texto de un compañero de la asamblea. 
¡Adelante!


EL ACEITE DE PALMA
Sobre palabras envenenadas y más allá del veneno.
El aceite de palma es originario del golfo de Guinea. Se extrae de la pulpa de la palma. Dicho aceite, antes de ser refinado, es un alimento rico en vitamina A y, por lo tanto, vital para el consumo de las gentes de la zona. La salvia de la palma, al fermentar, es un gran aporte del complejo b para la población del África occidental. Además, está recomendado como analgésico, diurético y afrodisiaco. Útil en el tratamiento de heridas, dolores de cabeza, reumatismo e incluso en tumores.
El cultivo tradicional de esta planta en el Camerún, así como en otros territorios africanos, se ha llevado a cabo desde sus orígenes, en pequeños cultivos y de manera rudimentaria, sin el empleo de tecnologías innovadoras, sólo necesarias cuando el objetivo es producir a escala industrial para la exportación al mundo opulento. Las poblaciones africanas cultivaban la palma entre campesinos locales que lo distribuían en las comunidades cercanas, sin intermediarios. Es a partir de la década de los 60, cuando las primeros monocultivos destinados a la producción industrial comienzan a extenderse, deforestando hectáreas de bosques nativos y forzando a las poblaciones que practicaban una economía de subsistencia, a entrar en la rueda asalariada de la explotación a cargo de empresas, ya fueran estatales o privadas, africanas o extranjeras . En la actualidad, aunque persiste el cultivo tradicional, la mayoría de los cultivos de palma están destinados a la producción a escala mundial; Intereses chinos, de diversos países de la unión europea, entre los cuáles se encuentran los españoles , así como de economías emergentes como india y Brasil, se proyectan en diversos países de África occidental y central. La razón ha sido siempre la rentabilidad económica que aporta la palma, con una enorme capacidad de producir aceite a bajo coste. Las empresas requieren de grandes extensiones y campos de hectáreas, no sólo para los monocultivos, sino también para las plantas procesadoras y refinadoras y para la mejora de infraestructuras donde poder hacer circular el transporte de mercancía. Los desechos que generan todas estas prácticas, así como los productos agroquímicos (pesticidas y fertilizantes) utilizados en el proceso, contaminan los cursos de agua de la zona y provocan enfermedades (diarreas, fiebre, tifoidea, disenterías, cólera…). Grandes cantidades de hectáreas de bosques, ricos en biodiversidad, así como en frutos y plantas medicinales, utilizados por las comunidades tradicionales que practican un modelo de subsistencia, son deforestadas. Las tierras se privatizan y la producción queda en manos de la industria global, aumentando la conflictividad social entre las comunidades por la dificultad para encontrar formas de subsistir.
La prepotencia occidental , la falta de sensibilidad y el racismo paternalista que vivimos todos los días en los bares, en las casas, en las universidades… pero también en los despachos de las ongs, en los juicios y en los servicios sociales, se nutre de noticias que hablan de secuestros, de atentados, de enfrentamientos directos entre facciones religiosas, de piratas peligrosos y despiadados que surcan los mares, de africanos que tiran piedras en la frontera europea, de poblaciones que se mueren de hambre por enfermedades que no se saben muy bien de donde vienen, así por que sí, de poblaciones que no tienen comida porque no saben cultivar y necesitan de la gentileza occidental para salir adelante… la rueda sigue girando sin entender que detrás, en este caso, del aceite de palma, existe un conglomerado de intereses sobre los que se genera la pobreza, pero también, sobre los que se sostiene  la riqueza.
Por eso, no es de extrañar que aquí, se puedan dar casos como el del juicio civil de Monike y Ferdinand. Madre y padre cameruneses, residentes en Cantabria, que, además de tener que dejar atrás su tierra y su cultura, tienen que soportar el arrebato de uno de sus hijos por parte de los servicios sociales debido a una sospecha de maltrato que, incluso por vía legal, está más que descartada. En ese juicio, la fiscal fue capaz de acusar a los padres de envenenar a su hijo por darle una cucharada de aceite de palma mientras se encontraba mal.
Incluso si dicha dosis de tal sustancia fuese un arma de envenenamiento efectiva, y no un extracto de uso tradicional en Camerún y otras zonas del mundo, hay ciertas cosas que generan incomprensión. La facilidad para acusar de algo tan grave a personas sobre las que no se guarda ningún conocimiento real previo, más allá de unos cuántos papeles, y la constancia, por parte de la fiscal, del poder que otorga el ejercicio de sus palabras en un juicio, así como las consecuencias que se puedan derivar de tales afirmaciones. Sin embargo, no es la intención de este texto criticar a un fiscal en concreto, ni tampoco entrar en una falsa discusión sobre si el aceite de palma es bueno o malo, o sobre si somos nosotras quienes debemos decidirlo . De aquí, lo que se puede extraer es el trasfondo que hay detrás. Es decir, cómo las burocracias administrativas de países como en el que ahora viven Monike y ferdinand, funcionan de tal modo que las personas potencialmente vulnerables; las no blancas, las no acomodadas, las no pudientes, las no exentas de problemas, están expuestas a que la maquinaria de los servicios sociales, con el apoyo, ya sea por acción u omisión, del aparato judicial, se atribuya la responsabilidad de “solucionar” sus problemas. Mediante la condena y la incapacitación, mediante la violencia institucional y la separación.
El aceite de palma realmente puede llegar a ser un veneno, pero no en el contexto de una familia camerunesa que le da una cucharada a su hijo como remedio terapéutico , sino en el consumo industrial de este aceite que, tras ser refinado, pierde gran valor nutritivo, y cuyos ácidos grasos no son nada recomendables para dietas de países occidentales, donde el consumo de grasas es, ya de por sí, más que suficiente. La industria agroalimentaria, que también se lucra del saqueo y la devastación en el continente africano, introduce el aceite de palma en patatas fritas, platos precocinados, margarinas, helados, bizcochos, galletas…
Millones de padres dan a sus hijos todos los días bollería industrial y otro tipo de productos comestibles que contienen aceite de palma. Detrás de ello no reside ninguna intención terapéutica, a diferencia de los padres de w. Otra diferencia es que, en el caso generalizado, ni siquiera somos conscientes de lo que damos a nuestros hijos, ni de donde vienen los ingredientes que componen esos productos, ni que uso se les da. En Camerún, así como en otras zonas, el aceite de palma se utiliza en ciertas partes del continente africano desde hace más de 4000 años. Está, para bien o para mal, impregnado en la historia ancestral de pueblos como los de este país, y realmente responde a un uso consciente y responsable, no al uso indiscriminado de productos sin historia, sin apenas valor nutritivo y carentes de una cultura que les arrope, como los que vende la industria agroalimentaria.
Este cinismo, esta hipocresía, se extiende también a la hora de hablar sobre inmigración; el racismo no se ampara tan sólo en el viejo, aunque desgraciadamente actual esquema de querer que las personas migrantes se vayan fuera, sino también en identificar como un favor el hecho de su “acogida” en tierras “democráticas”, como una mano de obra necesaria según para que situaciones económicas o sociales. La colonización en África nunca acabó. Si en Camerún empresas francesas como Bolloré asolan hectáreas de cultivo de palma para alimentar de biodiesel los automóviles que permiten que los ciudadanos occidentales, entre ellos los fiscales, acudan a sus puestos de trabajo cada día, en Mozambique, El congo, Senegal o Guinea, empresas españolas como la compañía Aurantia invierten en producción intensiva en palma aceitera, posibilitando el crecimiento de España en el negocio de los agrocombustibles y destruyendo el uso comunal de las tierras y el modelo de agricultura familiar de sus pobladores autóctonos.
Es más, la colonización no sólo se encuentra en el terreno donde los intereses capitalistas de las grandes potencias mundiales invierten atropellando toda forma de vida distinta que encuentran a su paso, sino aquí cerca, junto a nosotras. De ahí se puede llegar a comprender tanta indiferencia por lo que ocurre a nuestro alrededor, tanta incapacidad de generar redes de apoyo para solucionar nuestros propios problemas sin necesidad de que vengan expertos y profesionales de la pobreza y la marginación a decirnos lo que está bien y lo que está mal. Estamos colonizadas porque a la hora de que se presenta un informe, independientemente de que esté lleno de verdades a medias o de mentiras descaradas, inmediatamente pasa a tener un grado de confianza mayor en nosotras que quien te cuenta su versión sin más legitimidad que su experiencia y sus cuerdas vocales. A la mínima, damos mayor legitimidad a quien tiene un respaldo académico que a quien vive el dolor en sus propias carnes, sin ningún tipo de peso para ello, ya sea consciente o inconscientemente.
El aceite de palma, la explotación capitalista de los países empobrecidos, los servicios sociales, el control social, el racismo institucionalizado, la violencia burocrática, la doble moral occidental… La colonización en cualquier lugar se sostiene a través de que no veamos la relación entre todas las cosas que nos rodean. Juntas, podemos conectarlas.
MONIKE Y FERDINAND, NO ESTAIS SOLAS


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